El vice del proyecto y la dialéctica entre el sujeto individual y colectivo

   Hace pocas horas que se conoció y se formalizó que Amado Boudou acompañará a Cristina en la fórmula, como candidato a vice. En tal sentido, es probable que en los próximos días comencemos a escuchar furibundas “críticas”, por parte de todo el arco opositor, sobre la elección de la figura del actual Ministro de Economía. Como viene sucediendo dichas críticas no se centrarán, ni en la política que desarrolló Boudou, ni tampoco claro está, en sus posiciones sobre el funcionamiento de la economía Argentina y mundial, ni mucho menos sobre uno de los rasgos que resaltó Cristina para decidir su postulación: “la lealtad a la presidenta, no a una persona”. Dicha lealtad implicó no sólo acompañar cada una de las medidas del gobierno, sino también proponer su profundización en el año 2008, cuando impulsó y diseñó junto a la presidenta el importante proyecto de reestatización de los fondos de jubilaciones y pensiones privatizados por el neoliberalismo.


   Seguramente para menoscabar su pensamiento y acciones actuales, se criticará a Boudou por izquierda y por derecha, resaltando su pasado liberal, lo cual incluye su formación de postgrado en el Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (Cema) y su participación en el extinto partido de la Unión del Centro democrático (UCD). Quizá, la derecha rememore ese pasado para preguntarse “¿Qué le pasó?” como melancólicamente indagó, cierto periodista alarmado ante la convicción de Néstor y Cristina para no ceder ante el apriete de las corporaciones económicas.

   Por otro lado, la izquierda usará ese pasado, para sacar una conclusión, no desde una intervención en las relaciones de fuerzas sociales reales y operantes en la etapa actual, sino desde el más burdo reduccionismo de carácter metafísico que uno pueda imaginar. Una ecuación que se ajusta al siguiente presupuesto: al ser este un gobierno burgués, que se desarrolla bajo el modo capitalista de producción, es igual a todos los gobiernos burgueses. Boudou estudió en un centro de pensamiento de esa burguesía, y por tanto no podía esperarse otra cosa que su postulación. Tal postulación representaría más de lo mismo porque este gobierno es en “esencia” burgués y Boudou al tener una “esencia” liberal sería la pieza exacta que encaja en ese puzzle. La “esencia” que caracteriza al gobierno se coordina perfectamente con la “esencia” que caracteriza a Bouduo, en suma un juego de esencias que se auto explicarían por su carácter capitalista, frente a la supuesta “esencia” revolucionaria que lo enfrentaría.

   Pero como afortunadamente sabemos, ninguna acción social, ni los sujetos que la hacen posible pueden explicarse por “esencias” y eso lo demuestra la historia. Si así fuera, no habría cambios sociales ni subjetivos y toda explicación sería una múltiple repetición de conceptos que servirían para todo tiempo y lugar históricos.

   Pero la historia social y sus correlatos políticos no pueden anticiparse solo a través de su pasado, aunque éste obviamente los condicione. Al pasado hay que conocerlo, hacerlo pensándolo como la resultante de relaciones de fuerzas sociales que fueron desplegándose y donde se desarrollaron las subjetividades de los que allí intervinieron, las cuales conforman el territorio de la lucha política. Explícitamente: se lucha por el dominio en un territorio geográfico, pero esta dominación es posible a partir del logro del consenso y la coerción de los sujetos, que le darán una orientación y dinámica social, económica y política al recorte geográfico que constituye un país y en el que todo Estado reclama su soberanía.

   Y no se trata tampoco de la suma de cada una de estas subjetividades por separado, sino del carácter social de las mismas, es decir la dialéctica entre las mismas y el entramado en la que se constituyen, las relaciones sociales en las que se despliegan. Estas relaciones que tienen un sentido económico y político, no se despliegan bajo el designio de voluntades individuales, sino que son el producto de complejas interacciones colectivas irreductibles a voluntades individuales que quieran dominarla. Piénsese, por ejemplo, en la cantidad de interacciones de carácter mercantil que se producen todos los días, o el sinnúmero de espacios donde los sujetos interactúan generando colectivos de militancia social y política.

   Es precisamente esa dialéctica entre el despliegue de lo dado, por ejemplo una determinada especificidad geográfica, lo que colectivamente se construye sobre tal situación, por ejemplo la cooperación productiva que genera, las formas políticas en las que las mismas se desenvuelven, lo cual condicionará a su vez, qué grupo social de la cooperación productiva se beneficiará con sus frutos y cuál lo padecerá, y las subjetividades que intervienen en todo el proceso. Esta dialéctica, en la que se desenvuelve la producción, da las características que adoptará una formación social, por ejemplo, cuál será su principal mercancía, qué forma de gobierno adoptará, cuáles serán sus fuerzas sociales y políticas representativas, etc. y modifica en cada instante también a los sujetos que la hacen posible. Y en determinadas condiciones la orientación que tomen las relaciones sociales de esos sujetos, devenidos en sujetos colectivos modificará algunas o todas las dimensiones de esa formación social, desde el sistema técnico hasta la simbología en la cual dicha sociedad o fuerza social reconoce y construye su identidad.

   En las formaciones capitalistas, en los sistemas democráticos como el nuestro, dichas relaciones no se desenvuelven de forma armónica, ya que los sujetos sociales son portadores de intereses contrapuestos, en función de las relaciones entre su inserción concreta en el proceso productivo, el tejido social en el que se proyecta, las ideologías que los conforman y los proyectos políticos que suscitan tanto su conservación, como su cambio.

   Y serán precisamente en esas relaciones sociales en las que actúan necesariamente los sujetos individuales y las que fuerzan sus apreciaciones sobre las distintas concepciones del mundo, los ideales en los que se encaminará, los símbolos que lo representarán, etc., contraponiéndolos con otros ideales, otras concepciones, otros símbolos, etc. El grupo social que bajo diferentes mecanismos tenga la capacidad de instalar su propia visión del mundo, sobre otras existentes, será en definitiva el que esté en mejores condiciones para gobernar, es decir, tendrá mayores chances de ganar la “batalla política”, que en nuestro país se define electoralmente, al tiempo que libre una “batalla cultural” por sus ideales.

   Obviamente el fragor de estas batallas modifica a quienes las protagonizan. Y así cómo muchos sectores de la izquierda, otrora luchadores por los derechos sociales, se unificaron con lo más rancio de la derecha vernácula durante el conflicto con la 125, y aún hoy se pasean por las empresas multimediáticas que operan contra nuestro proyecto nacional y popular, Boudou, con su lealtad a la presidenta, tuvo que enfrentar el ataque de las AFJP, así cómo también de la Empresa Papel Prensa del grupo Clarín, cuando desde le Ministerio de Economía, y de la Secretaría de Comercio Interior se decidió investigar cómo dicho grupo se había apropiado ilegalmente de la misma.
   En suma como resaltó Cristina, es loable que los hombres modifiquen determinados paradigmas en determinadas condiciones. Por tanto no es reprochable que un hombre haya pensado en su pasado cosas distintas a las que piensa en la actualidad y que demuestra con hechos concretos. Lo miserable es quizá que en nombre de determinados ideales cierta izquierda termine alineada con la derecha boicoteando todos los avances que para el campo popular representa el gobierno de Cristina.
LG 27 de Junio 2011



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