¿Se debe y se puede politizar la política? ¿Cómo?

"Si el perro es manso come la bazofia y no dice nada
le cuentan las costillas con un palo, a carcajadas".

Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.


Parece paradójico el término politizar la política”
                                                                                                pero el uso que se ha hecho de la idea referida a “la vuelta de la política”, o “el acercamiento de miles de jóvenes a la política”, merece un espacio para la reflexión, antes que esto se convierta, como tantos otros, en un mero slogan de campaña, antes que se convierta en una forma sin contenido. 

            La política nunca está ausente en ningún orden social, es decir, que la política no había desaparecido en la década '90, sino que en esa década se logró la hegemonía, de lo que había comenzado el genocidio. Es decir el dominio político de los cuadros de las fracciones más concentradas del capital nacional y extranjero y de los partidos políticos al servicio de sus intereses. Ideológicamente se impuso, impersonalizándolo, que el poder del “mercado” era racional y neutral de la Política, y por tanto ésta debía ajustarse a sus designios o contaminaría la neutralidad del mercado, afectando de este modo el desenvolviendo “natural” del orden social. Desde ese momento la intervención del Estado constituyó su propio desarme y su rearmado en otro sentido. Su nuevo esquema de funcionamiento y su intervención concreta estuvo dirigida a favorecer el funcionamiento del “mercado”, socavando todo los vestigios de los organismos que aseguraban toda clase de conquistas sociales y los mecanismos de intervención en la economía, como por ejemplo las juntas nacionales de granos, o las empresas de servicios públicos. 
            Todo se privatizó, siendo el Estado y la política hegemónica neoliberal, los gendarmes fácticos e ideológicos de este proceso. Ya no había posibilidades de transformación de este orden. Era el “fin de la historia.” La racionalidad del mercado hacía de cada uno de nosotros, consumidores aislados, y la política legítima era reducida al juego formal de la representación, donde la prioridad del mercado no se discutía, sino que los representantes del neoliberalismo batallaban para ver de qué forma se lo complacía mejor. Y la política “ilegítima”, comenzaba a nacer en las rutas, donde las víctimas de este orden comenzaban a reclamar colectivamente por las penurias que estaban atravesando, signadas por el desempleo y la pobreza.

Este sistema explotó con la crisis de 2001, que produjo un reacomodamiento de las fuerzas sociales hegemónicas y también un espacio para que emergieran espacios colectivos de las fracciones sociales dominadas. Tan fuerte era el desprestigio de los políticos, que se convirtió en una paradoja que se rechazara la política al tiempo que se comenzaba a hacer política nuevamente desde los sectores populares. El triunfo discursivo que redujo la política a la organización formal de los poderes del Estado, tomando de la Constitución eso de que “el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de su representantes”, se imponía con tanta fuerza que muchos sectores sociales ajenos a la política desconfiaron de toda manifestación política y de todo intento colectivo por revertir los propios padecimientos sociales. ¿Cómo se hacía sin política, para revertir la política neoliberal? La batalla volvía a ser  también cultural, en el sentido de dotar de contenido a la política para que la misma fuera visualizada como una forma legítima de práctica social en el que hombres y mujeres dominados lucharan por un destino colectivo opuesto al hegemónico.
En 2003 llegó al poder ejecutivo Néstor Kirchner, y de golpe, desde el propio “atrio” gubernamental sacude la lógica política de los predecesores. “No voy a dejar mis convicciones al entrar a la Casa Rosada”. No sólo no las abandona sino que las profundiza, y todo lo que hasta ese momento era natural e intocable comienza a ser modificado o debatido: se revisa la historia del genocidio para averiguar la verdad e instaurar la justicia, se enfrenta en un mismo momento las políticas del Alca y el FMI, se habla de la patria grande de América Latina. Se dialoga y se construye con movimientos sociales ajenos al partido de gobierno pero interpelados por un nuevo proyecto político, social y cultural. Una nueva forma y con nuevos contenidos de hacer política estaba naciendo desde el seno mismo de la presidencia. Impensable en este país.    En 2007 los profundizará Cristina Fernández, cuyos discursos y medidas implementadas apuntarán directamente a las ideas de un “mercado autorregulado.” Entre otros ejes recuperará para el Estado los fondos de jubilaciones y pensiones capturados en los 90 por los bancos nacionales y extranjeros. Ese dinero se utiliza para dinamizar el mercado interno, para hacer obras de infraestructura, para la asignación universal por hijo, para extender las jubilaciones allí donde no llegaban. La política coordinará así el crecimiento de la economía, y velará por la recuperación de derechos de los sectores populares arrebatados por la oligarquía neoliberal. La política volverá a objetivar que el orden social no es producto de la naturaleza, sino que las diferencias que allí se producen tiene que ver con la lucha de intereses concretos: las disputas con los poderosos sectores de los agroindustria y de la comunicación social lo dejó bien en claro.
Al instalar desde la primera magistratura pública a la política, es decir la convicción de hombres y mujeres que agrupados y organizados producen los cambios sociales, se está legitimando y llamando a una mayor politización de lo social. Es decir se alienta la participación para sostener el rumbo, e incluso profundizarlo, sin temer las propias autolimitaciones que se tenga desde el gobierno.
Luego de la muerte de Néstor Kirchner, cuando tantos jóvenes marcharon y expresaron su admiración por el estadista y conductor político y expresaron sus deseos de experimentar la militancia, y otros no tan jóvenes de volver a la militancia, a la vez que nos llena de entusiasmo tenemos que reflexionarlo como un problema.
Y aquí volvemos a la pregunta del principio: ¿cómo hacemos para politizar la política?
Primero: que los múltiples compañeros podamos integrarnos a procesos colectivos en los cuales podamos tanto reforzar nuestras convicciones, como también generar nuevas propuestas y debatir aquello que demanda la coyuntura política y social.  Creemos que esta tarea no se agota con apoyar tal o cual candidatura electoral, sino que tiene que sustentarse en la comprensión colectiva de la dinámica social, en el convencimiento mutuo sobre los posicionamientos políticos, en la producción de estrategias para luchar contra la hegemonía discursiva y cultural neoliberal, en un claro conocimiento de las políticas de gobierno, y en un debate serio acerca de lo que significa el tan mencionado “profundizar el modelo”. De este modo se desarrollará una dialéctica donde algún día las candidaturas serán el punto de llegada de un proceso social y cultural en marcha, que nos dote de una moral militante con la cual enfrentar en cada instancia a todos los enemigos del proyecto y tensar aquellos temas pendientes para su profundización. Esto no significa espacios inorgánicos, ni que cada cual haga según su punto de vista, sino que se construyan espacios en el que puedan elaborarse puntos de vistas comunes de acuerdo a los intereses nacionales y populares, a pesar de algunas discrepancias las que siempre surgirán, porque, afortunadamente no todos tenemos sentimientos ni pensamientos calcados.

El desafío pasa por la manera de constituir esos espacios colectivos, de su articulación con los cientos de agrupaciones y partidos ya constituidos. De lo único que estamos seguros es que esto no se produce espontáneamente, sino con un perseverante trabajo de construcción cuyo piso mínimo garantice la puesta en común para el debate de las convicciones, ideas y proyectos tendientes a la defensa y avance del “modelo".
LG 24 de enero de 2010.

 



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